sábado, 4 de julio de 2015

Carlos Centeno (cuento)

Yo lo conocí a Carlos Centeno, siempre fue un flaco piola, hasta que tuvo ese problema con la policía. O por lo menos es lo que recuerdo. Salíamos con los chicos, del barrio, los sábados por la noche a la kermesse de la loca melina, que buena que estaba. El otro día me la cruce en la estación de servicio, esta vieja, demacrada, pero mantiene esa sonrisa característica. La mire de lejos, estaba con unos anteojos ridículos, como era su costumbre, siempre ridícula. Pero vuelvo al tema, si Carlos Centeno era un flaco en quien confiar, se notaba a lo lejos que guardaba un secreto. También me entere que estuvo, después del lio con la policía, entrando y saliendo de alcohólicos anónimos, pero eso según las malas lenguas, yo con mis propios ojos no lo vi, son cosas que escuche. Nunca entendí su desprecio por la policía, la vida humana no valía nada para él, recuerdo ese asalto que transmitieron casi en vivo desde la radio, el atraco al banco Pellusi e Hijos, del que se escapo por un pelo, mientras que sus cómplices fueron abatidos, repito, eso es lo que se dijo, algunos deslizaron hasta que el vendió a los compañeros, para salvar su pellejo. Ahora que lo pienso mejor, no fue un hombre sin problemas de polleras, siempre fue de andar picoteando a varias mujeres, también por eso fue el problema con la policía, o por lo menos es lo que dicen las malas lenguas. Siempre supimos, muy en el fondo de nuestro ser, que el “negro” Carlos Centeno era un gran hombre. Áspero, rudo, violento, de esos hombres para tomar en serio, con los cuales no se jodia, en fin, un fulano de nadie. Que no respondía ni a la más mínima imposición social, las estructuras caían ante su paso arrollador. Sí, me acuerdo, alguna vez, verlo pegándole al policía de la garita de mi esquina, por haberle pedido fuego. Siempre fue de armas llevar, y viene a mi mente ese día lo tuvieron que sacar los otros cuatro policías que llegaron en el patrullero, pegaba como si en vez de manos tuviera piedras. Creo que fue para esa fecha que no lo vimos más, por un tiempo. Todos creíamos que había estado preso o algo por el estilo, pero no. Yo me sorprendí cuando pase por la plaza Vinetti, ese día caluroso de verano. Verlo así, como para la ocasión, peinado, vestido, arreglado, me sorprendió, menos aun que la situación que se desarrollaba en ese momento. El “negro” Carlos Centeno, y no según lo que decían las malas lenguas, porque lo vi con mis propios ojos, se había transformado en un traba, de poca monta, estaba con un vestido rosa, tacos altos, y una carterita diminuta. Grande fue mi desilusión, además, al saber cuánto cobraba.

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